miércoles, 17 de octubre de 2007

COMPARTIR
Desde que somos pequeños, nuestros padres nos insisten en forma constante, en la necesidad de compartir.
"Compartir" se vuelve una letanía que nos acompaña siempre.
Y aquí entre nos, y a fuerza de ser sinceros, muy pocos seguimos esos consejos. No sè si sea nuestra naturaleza humana o bien el ejemplo que vemos en quienes nos preceden, pero nos pasamos la vida exhibiendo nuestro egoismo.
En esta ocasión y en las subsecuentes entregas, quiero compartir con ustedes, las sabias enseñanzas que estoy obteniendo al leer un maravilloso libro, el cual les recomiendo ampliamente.
Tal vez mi fascinación por su contenido, nace del hecho de estar conviviendo a diario con dos pequeños y ejemplares nietos, con los que el Creador me ha bendecido.
Se trata del libro: De Abuelitas, Abuelitos y Otros Angeles Benditos del Escritor, Filòsofo y Humorista Armando Fuentes Aguirre mejor conocido en el periodismo nacional como Catón.
A continuaciòn, transcribo un fragmento de ese extraordinario libro, a fin de que tengan una idea de su contenido.
"Ella y El. O El y Ella: en las dos formas se puede resumir el mundo.
Se conocieron, se trataron, se casaron y ella quedó embarazada (En eso fueron muy originales. Ahora las cosas se hacen casi siempre al revés: ella queda embarazada, se casan, se tratan y finalmente se conocen).
Fue amor a primera vista, pero tuvieron el buen sentido de esperar a la segunda y a la tercera y a otras vistas antes de darse la mutua constancia de su amor. Se amaban, no cabía duda. La prueba esta en que ninguno de los dos podía explicarse como había vivido antes sin el otro.
- No era realmente yo. Era otra. Si hubiera sido yo no habría podido estar sin él.
- Y:
- -¿Quién esa ese que pudo andar por las cosas sin tenerla al lado?
- La noche en que se enamoraron no fue un cuento de Las Mil y Una Noches: fue el cuento de la única noche. La recordarían, pensaron, hasta la última reencarnación o hasta el día del Juicio Final, cuando no escucharían sus nombres por estar recordando aquella noche. Aquella noche….él la miró por la primera vez y por primera vez se vio a si mismo en ella. Y ella tomó posesión de él, y en ese territorio se descubrió completa.
- El día en que se unieron no fue para ellos distinto a los demás, pues siempre habían estado unidos. Poco después supieron que la vida los había escogido para florecer en su vida, pequeño tiesto colgado en el balcón del mundo. Ella sintió en su cuerpo otro cuerpo que era el suyo, algo que al mismo tiempo le era muy propio y muy ajeno, algo que no podía tocar sino con la caricia. Y él supo que en las manitas que apenas se formaban venía un certificado de inmortalidad para èl.
- Fueron felices los dos, y mas se amaron en aquel ser que no era todavía, pero en el cual están los dos de cuerpo entero y alma compartida. Por las noches salían al portal y miraban al cielo con estrellas. Tan pobres, eran dueños de todo; tan pequeños, llevaban en si todas las grandezas; apenas sabían algo mas que sus nombres, pero su sabiduría era mayor que la del sabio. Una cosa si no sabían: ¿iba a ser niño o niña su criatura?
- -¿Qué quieres tu que sea? Le preguntaba ella.
- Y él, muy ufano:
- -Que sea hombre, claro. Como yo.
- Así decía él. Y sonreía ella. Estaban una noche bajo el portal, bajo el cielo, cuando a lo lejos los faros de un vehículo pusieron en la sombra un haz doble de luz.
- -¿Quien será? –preguntó él.
- Se distinguió en una vuelta del camino el automóvil.
- -¡Son tus papás!- se inquietó ella-. ¡Y no tengo que darles!
- Dijo él:
- -Ven entremos. Apagaré la luz para que piensen que estamos ya dormidos y se vayan.
- Así lo hicieron. Llegaron los padres del muchacho, vieron la casa a oscuras, en silencio y se marcharon.
- Tranquila ella, volvieron al portal. No había pasado mucho rato cuando las luces de otro automóvil se acercaron.
- -¿Quién es ahora? –refunfuñó él.
- Se acercó el automóvil.
- -¡Son mis papás! –exclamó la muchacha jubilosa- ¡Recíbelos! ¡Yo voy a calentarles unos frijolitos que quedaron de la cena!
- Después, otra vez solos, ella le preguntó de nuevo a él:
- -¿Qué quieres que sea nuestro bebé? ¿Niño o niña?
- Ahora sonrió el muchacho. Pasó su brazo sobre el hombro de ella y contestó:
- -Quiero que sea niña. Así estaré seguro de que siempre tendrá para nosotros aunque sea unos frijolitos….."

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