LOS TAMBACHES DE JULIANA
Juliana llegó a mi pueblo convertida ya en leyenda. Nadie supo decir por que rumbo entró, ni cuando. A Juliana le bastaron dos días para darse a conocer en todos los barrios, desde las “5 Calles”, hasta la “Salida a Chumayel”, desde “El Cementerio” hasta el “Pozo de Don Aurelio”. La vimos pasar, cargada con sus desaforados tambaches a cuestas, sosteniendo una vara larga que le daba un apoyo puramente simbólico. Juliana iba por las calles encorvada bajo el peso de sus tambaches, mirando el suelo, como quien busca. A veces musitaba cantos religiosos; lo hacía con voz muy dulce y entonada. Juliana no pedía limosa, aunque la recibía. Decía entonces palabras de gratitud tan bien hiladas, que solo en los libros podían leerse iguales. En Teabo, corría el rumor de que Juliana era hija de una familia “muy decente” de un poblado cercano llamado Cantamayec. Encorvadita, pequeña, blanca, delgada, Juliana iba y venía como hormiga arriera, abrumada por el desacato de sus tambaches canturreando “Ho, Jesús, mi buen pastor!”, “¡Dios mío!, Dios mío, acércate a mi!” y otros cantos de iglesia. Juliana, de ojos azules, sabía mirar de frente, sin miedo, con una mirada que a veces causaba algo parecido al sobresalto; era la mirada de una asceta o la de una loca. El pueblo, por la vía simplista, simplemente la tildó de loca.
Pero…… ¡Cuidado! Juliana sabía enfurecerse fuera de toda proporción cuando alguien trataba de tocar sus tambaches. “¿Qué llevará dentro?”, nos preguntábamos todos, con gran curiosidad.
Un día, la vieja fue a comer a mi casa. Cometió el error de dejar sus bultos en el corredor, al alcance de mi mano. Tomé el más grande y pesado, lo arrastré hasta un cuarto y lo abrí, con ansiedad y temor. Cual fue mi sorpresa: ¡Había puros desperdicios malolientes!: papeles, trapos, palos, correas y guaraches inservibles….Toda clase de objetos inútiles desechados por un pueblo donde abundan los pobres. Sentí asco y desilusión. Yo esperaba encontrar una respuesta al misterio que rodeaba a Juliana. Hubiera querido descorrer ante mis paisanos, como un mago, el velo enigmático y mostrar la verdad desnuda y definitiva. Pensé, sin embargo: “Voy a quitarle este tambache a Juliana, así ya no llevará tanta carga encima”.
Pero ya la mujeruca había comido, y ya volvía, y ya había descubierto mi maniobra. En aquella ocasión Juliana no me insultó, ni me sacudió con su larga vara, ni se agitó en la furia, sino que cayó abatida, impotente, terriblemente abandonada y flácida entre sus tambaches. Y lloró. Lloró con llanto quedo, con lágrimas calientes y abundantes, mirándome desde su infinito abatimiento. Avergonzado y adolorido le devolví su tambache.
- ¿Por qué llevas estos tambaches? – le pregunté-. Adentro hay pura basura.
- Juliana dejó de llorar y me miró sin rencor. Sabía que mi pregunta iban en serio. Me respondió como desde un púlpito:
- - Mira niño: Cristo vino al mundo a cargar una cruz, pero yo soy indigna de cargar una cruz como él. Esta es mi cruz –dijo, acariciando sus tambaches-, por eso los voy cargando. ¿Ya me entendiste?
- Confundio, le mentí: Sí.
Pero no entendía, por supuesto. Y seguí sin entender, a medida que los años se me iban amontonando. De vez en cuando, como advertencia mágica, el recuerdo de Juliana venía a perturbarme. De algún modo pude percibir que aquel lejano suceso de la infancia contenía un mensaje que a mi me correspondía descifrar.
Un día me senté, como suelo hacerlo, a meditar. Juliana y sus tambaches, inopinadamente, volvieron del éter, con su tremendo mensaje a cuentas. ¡Entonces, de un golpe, descifré el misterio! ¡Caramba!, me dije, ¡Yo soy Juliana! Juliana iba cargando muy ufana su carga de porquería, alegando que era la cruz de Cristo lo que la agobiaba. Igual que ella, llevo a cuestas mis prejuicios, mis envidias, mis rencores, mis mentiras, mi soberbia, pero me siento muy ufano porque me creo recto, generoso, liberal, veraz y noble.
Yo también voy por la vida engordando mis tambaches con miserias, convencido de que guardo tesoros de mucho mérito. Igual que a Juliana, me exaspera que alguien se atreva a tocas mis tambaches; me hago el ofendido cuando se me señala algún defecto, y la furia me sirve como defensa.
Juliana y sus tambaches han dejado de pulsar como un misterio. Hoy no me queda sino reconocer la futilidad de mis tambaches de soberbia y emprender el camino, liberado de estorbos.
Es asunto mío, es verdad. Pero también es tuyo, porque TODOS CARGAMOS TAMBACHES.